DICCIONARIO DE MITOS Y LEYENDAS

Creencias populares y santos milagrosos

 TAKI ONGOY

Taki Onqoy

A mediados del año 1500, mientras avanzaba la tarea envagelizadora de los conquistadores en el Perú, en la zona de Parinacochas había ocurrido un gran movimiento religioso nativista. Había llegado un indio llamado Juan Choqne, que con el torso desnudo y acompañado de dos mujeres, las que se hacían llamar las Marías, y entre danzas invocaba el poder de las huacas, a las que proclamaba haber encarnado, rechazaban todo aquello que tuviera visos de religiosidad occidental. Cristóbal de Molina, el del Cuzco, escribirá entre 1574 y 1575 sobre este movimiento y señalará al cura Luis de Olivera como quien descubrió y sancionó tal rebelión:

“Hará diez años poco más o menos, que hubo una yerronía entre estos indios y era que hacían una manera de canto al cual llamaban Taqui Hongoy, porque en la provincia de Parinacocha, un Luis de Olivera, clérigo presbítero que a la sazón era cura de dicho repartimiento, fue el primero que vio la dicha yerronía o idolatría (...)”1

Por su parte, Cristóbal de Albornoz, que fue visitador de la ciudad de Arequipa en 1568, para inspeccionar la situación del clero, se atribuye haber descubierto el movimiento. Lo cierto es que éste fue de dimensiones mayores, y convocaba una serie de ritos asociados a viejas deidades como las huacas prehispánicas:

“(...) que entre ellos se guardaba que se dize Taqui Ongo, y por otros nombre Aira, la qual muchos de los dichos naturales predicavan a los demás y les dezían que no creyesen en Dios ni en sus mandamientos, ni adorasen en las cruzes ni imágenes, ni entrasen en las iglesias, y que no se confesasen con los clérigos, sino con ellos, y que ayun [sic] ciertos ayunos en sus formas ciertos días, no comiendo sal ni agí ni maíz, ni tubiesen cópula con sus mugeres, sino que sólo bebiesen cierta açua destemplada, y mandándoles que les adorasen y ofreciesen de las cosas suyas naturales que ellos tenían, que heran aves, carneros y chicha, y otras ynmunducias y supersticiones que ellos solían tener en su tiempo de su yngas y gentilidades, y que ellos venían a predicar en nombre de las guacas Titicaca, [f. 47r/] Tiaguanaco y otras muchas que tenían, y que ya estas guacas / avían vencido al dios de los cristianos y que ya hera acabada su mita y otras muchas cosas de grandes deshórdenes contra el servicio de Dios Nuestro Señor y de su Magestad.” 2

Parece que la cruz fue uno de los íconos religiosos centro de la agresión o rechazo de los indios, pues la crónica hace mención que se le rechazaba al punto que se les retiraba de las partes altas y se les ponía a un rincón de las iglesias o centros de adoración.


“(...) los predicadores de la dicha seta dezian e davan por exenplo a los demas indios: ‘Quereis ver como lo que nosotros os dezimos es verdad? Mira como todos los que son bautizados e los que no lo son todos entran en la iglesia; pues si fuera verdad lo que dicen los cristianos no pudieran entrar en la iglesia los que no son bautizados’; y que haziendo los dichos predicadores y otros hechizeros sus maldades y bellaquerias, en la casa donde las hazian metían una cruz e la ponian a un rincon, e los tales predicadores hechizeros hablaban en la dicha casa con sus guacas e como las dichas guacas les respondian a los que predicavan: ‘Veis como ese palo no habla por la cruz, y que este que nos habla es nuestro dios y criador y a este hemos a adorar e creer, e lo demas que nos dicen e predican los cristianos es cosa de burla; (...)” 3

Muchos especialistas en el tema plantearon que este movimiento fue focalizado en este área4 y se dudaba que abarcara un ámbito tan extenso como el obispado del Cuzco, que entonces abarcaba Huamanga y Arequipa. Sin embargo, una nueva crónica, como la de Bartolomé Alvarez, escrita entre 1587 y 1588 en el pueblo indígena de Aullagas, actual Pampa Aullagas, al suroeste del lago Poopó, en Bolivia, donde entonces era doctrinero, nos dice que este movimiento había sido visto en tal zona casi veinte años después:


“216. (...) Es la fiesta que, juntos dellos la cantidad que se conciertan –y a veces uno o dos solos que quieren hacer la cerimonia-, comienzan a cantar un cantar que no es palabras, ni razones ni sentencias ni cosa que se pueda entender que dicen algo. Sólo suena “u, u, u, u”: es menester oírlo y verlo para entenderlo, que es tal que no se puede escribir. Y con este canto muy alto están de pie, dando de pie y mano, alzando un pie y abajando otro, y asimismo [=lo mismo] haciendo con las manos, los puños cerrados, meneando la cabeza a un lado y a otro, de suerte que con todo el cuerpo trabajan. Y para [=permanecen] en este canto tres o cuatro días con sus noches, y más: lo que las fuerzas les duran, que no cesan si no es que les venga necesidad de hacer cámara [=de defecar] o de orinar; que a esto salen, y luego vuelven a la tahona del demonio5.

217. No comen casi nada o nada; lo más es coca, que en la boca tienen de ordinario para este ejercicio. Beben todas las veces que quieren, sin gana o con ella: lo cual es causa de que con el mucho beber y aquel ordinario trabajar con todo el cuerpo, y aquel devanear6 con la cabeza, a que –desflaquecidos por el cansancio y la falta de comida y borrachera, faltos de aliento y fuerza- caigan en aquel suelo entre los otros; los cuales todos están casi de aquella figura [=modo], de suerte que poco a poco van cayendo hasta que todos tumban. Suele acontecer que otros vienen a mirar a éstos y a oírlos, que no entran dentro sino desde fuera escuchan y miran desde la puerta, y unos van y otros vienen; y éstos por la mayor parte son gente moza y muchachos, y no hay quien entre a levantarlos ni socorrerlos, ni a ver si mueren o viven. Tienen por más honrado y valiente y mejor al que más ha durado en el baile y que más ha bebido; y al que cae, más perdido y peligroso y más cercano a la muerte. En efecto algunos acaban [=mueren] en su ejercicio, y van en poder de quien los engaño [=el demonio]; y si alguno tarda en morir y llega alguna persona que sea conocida, no dicen: “sácame de aquí”, ni “cúrame”, ni “dame de comer”. Sino, como si estuviesen deificados, o como gente que entiende haber conseguido gran bien y que por ello merecen ser honrados, como gente que merece ser colocada en lugar de glorioso merecimiento, dice: “pues ¿cómo no veis que estoy ya para partir, que he hecho el tala?”,7 ¿no veis que ya quiero morir porque ya estoy de partida?, ¿por qué no me ofrecéis alguna cosa, ni me dais cosa alguna de lo que se suele ofrecer a los que hacen el tala?”. Y con esto acontece acabar su diabólico intento y fin. Si muere luego, juntan un poco de oro y plata, y plumas –de las que ya he dicho- y coca y chaquiras* -de las que traen las mujeres por gargantillas, que llaman “mollo” y “capa”8- y se lo ponen allí junto. Si muere, le entierran con su ofrenda; y si escapa con la vida, hacen una ventanilla [=hornacina] en la pared de la casa: y allí esconden aquel sacrificio*, metido en una vasija y tapándolo con un adobe o piedra y barro, de suerte que no parece estar allí cosa alguna.

218. Tienen después a estos tales en veneración, como a hombres dedicados a su diabólico culto; llaman a este ejercicio en lengua aimara talausu9, y en lengua del Cuzco **taquiongo, que quiere decir “canto enfermo”. Cuando se comenzó a entender la maldad de suerte que del disparate morían algunos, el remedio que a esto se puso fue tan liviano que no bastó a que cesase; y, si en algo cesó, no fue más que en la publicidad [=en público, ostensiblemente] porque en lo secreto se hace, como en todas las otras cosas que he contado. Y así en la confesión lo he sacado: que, como es ordinario en ellos confesar los pecados ajenos y callar los suyos, si se hallaron con otros que hacían ese canto diabólico, o mirando u obrando, dicen lo que vieron y no lo que hicieron. Viniéndose a confesar los demás de aquella fiesta, algunos –apurándolos [=presionándolos] y diciéndoles lo que han hecho- se allanan y lo confiesan. Lo demás de la confesión que apunté, lo diré en otra parte” 10.


Tales descripciones son las más puntuales y pueden darnos mejor imagen de cómo se presentaban tales cultos en Parinacochas, veinte años antes.

Cuando arribó Francisco de Toledo al Perú las reformas estructurales y sus reducciones tuvieron implicancias en la zona. Las poblaciones que estaban ubicadas en las partes altas, fueron bajadas para fundar los diversos pueblos de indios y de españoles.

Para entonces la provincia pertenecía, eclesiásticamente, al obispado del Cuzco. Las doctrinas eran Pausa, Lampa, Paca, Pararca, Coracora, Pullo, Chumpi, Sancos y Chala. Los repartimientos que existían entonces eran los de Parinacochas (sede Pausa, abarcaba Lampa y Pararca), Collanas-Parinacochas (Coracora, Chumpi, Pullo, Pacapauza), Pomatambos (Oyolo, Colta, Corculla) y Guaynacotas (actuales distritos de La Unión: Taurisma, Saila y Charcana, en Arequipa). Sobre este base se optaría por una radical reforma que incluía un profundo intento de evangelización que emanó de los dos primeros concilios limenses. Por esta razón, en adelante, los corregidores en Parinacochas asumirían otros cargos simultáneamente. Muchos de los corregidores ocuparon al mismo tiempo el cargo de Alcalde Mayor de Minas y Registros, Juez de Censos y Comisario del Juzgado Mayor de Bienes de Difuntos, Juez de Composición y Venta de Tierras y Valdíos, además de ser llamados por títulos personales que poseyeran, como general, capitán, caballero de alguna orden militar. Un ejemplo de esta forma de complejidad administrativa fue el caso del corregidor de Parinacochas Juan Medina de Avellaneda, entre 1588 a 1592. A esta situación se sumaba la presencia de caciques virreinales, que tenían relativa autoridad para con sus aillos. Hubo, en 1588, un gran cacique de la zona, Alonso Chancavilca, de Qollana Parinacochas. Las confesiones religiosas pasaban por un sinnúmero de cargos administrativos, donde el alma indígena y su ritualidad antigua se había encapsulado, manteniéndose viva aunque sumergida bajo otras formas de religiosidad.

NOTAS

1 Molina, Cristóbal de, el Cuzqueño. Ritos y fábulas de los incas. Buenos.Aires: Futuro, 1959: p. 98.

2 Millones, Luis (comp.) El retorno de las huacas; estudios y documentos del siglo XVI. Lima: IEP-SPP, 1990: p. 135. “Información de Servicios (Huamanga, 1570) de Cristobal de Albornoz.

3 Ibid: p. 147. Esta referencia es importante, pues siglos más adelante la religiosidad de la zona está marcada por la presencia de cruces, como principales centros ceremoniales.

4 Varon Gabai, Rafael. “El Taki Onqoy: las raíces andinas de un fenómeno colonial”. En El retorno de las huacas. Estudios y documentos del siglo XVI. Lima: IEP-SPP, Luis Millones (comp.), 1990: p. 340.

5 Figuradamente, “al reino del demonio”.

6 “Decir o hacer desconciertos o devaneos; disparatar, delirar” (Diccionario de la RAE); “Decir deconciertos, por el movimiento causado en la cabeça de algún accidente” (Covarrubias).

7 De la voz aimara thala, “sacudida”, raíz verbal de “sacudir”.

8 El mollo (de la voz mullu en quechua y aimara) era la concha del género Spondylus. Cuentas hechas de fragmentos de ella, de color rosado o escarlata, se traíam de la costa del actual Ecuador. Tenía un alto valor económico por el uso religioso y mágico. Esta bella mercancía fue la base de una lucrativa ocupación mercantil en los primeros años de la Colonia, la demanda era muy alta entre los indios de todo el ex Tahuantinsuyu y se sospecha que se debía, más que al empleo de hacer con él gargantillas, ya indicado aquí por Bartolomé Álvarez, y del que también hablaría Bertonio años más tarde, ... (1984 [1612]: II, 627), a que fuera dado en ofrenda a las divinidades; consta por el mito de Huarochirí referente al dios local Macahuisa, en el Perú central (Arguedas 1966), que el mullu era el alimento que éstas pedían. Rechinaban sus dientes: “Cap, cap” al masticarlo, lo que explicaría la sinonimia con la voz (onomatopéyica tal vez) capa, que también señala nuestro autor. Cf. John V. Murra (1975c [1971]: 258).

9 Palabra compuesta a partir de la voz thala. Thala usu es “enfermedad de las sacudidas”, lo que se corresponde con el término quechua taquiongo, explicado en la siguiente nota.

10 Álvarez, Bartolomé. De las costumbres y conversión de los indios del Perú Memorial a Felipe II (1588) Crónicas y Memorias. Madrid: Ediciones Polifemo, 1998: pp. 124-126.


Extracto de: Gentiles, Incas y Cristos Caminantes en Parinacochas. Tradición popular y documentos del siglo XVII, de JOSE CARLOS VILCAPOMA

 

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