DICCIONARIO DE MITOS Y LEYENDAS

Creencias populares y santos milagrosos

 Leyenda de ANAHI - Flor de CEIBO

"Estamos seguros de que Anahí, es vocablo guaraní, pero no sabemos su correcto significado. Suponemos que su original sonido ha sufrido alguna modificación, y conjeturamos que provendría de: ana-i (pequeño pariente); ananá (piña pequeña); o angai (pobrecita). También podría ser deformación de andai (calabaza), debido a que los guaraníes estaban inclinados en darse nombres de la flora y la fauna. Pero, nos confunde la h intermedia. La incorrecta grafía , al no ser unificada, perjudica al idioma. Anahí, en guaraní se leería Anaji, expirando la h.

La leyenda de Anahí, llamada a veces: Leyenda de la Flor del Ceibo, es una bella narración y está muy difundida. Las versiones coinciden en que se trata de la inmolación de una joven aborígen, quemada en la hoguera por los españoles o una tribu enemiga. En alguna se le asigna el nombre de Akã´e (Urraca) a la protagonista.

Flor de ceibo

El relato cuenta que la valiente muchacha guaraní pertenecía a una belicosa e indomable tribu y que, al ser capturada prisionera durante una batalla, se la condenó a ser quemada viva. El martirio de la valiente joven, fue motivo de su transformación en la planta o la flor del Ceibo, según sea la versión que se escuche.

Dicen que no fue agraciada por la belleza. Era la más fea de todas pero tenía una maravillosa voz y cantaba con tanta dulzura que encantaba a todos cuando modulaba las melodias de su tribu. Era noble de corazón y de manera afables. Su espigada estampa era signo de vigor, audacia y valentía, cualidades que demostraría muy pronto. No tenía hermosas facciones, pero sí belleza de alma y un coraje solidario que ennoblecía su persona,

Un día, sobrevino un ataque al táva (pueblo) de su grupo. Sin titubear, la joven Anahí, se sumó a los guerreros de su tribu para defender el hogar y la comunidad. Lo hizo con increíble bravura. En medio del combate, se le veía altiva y decidida. Los españoles, enviando a guerreros guaikuru por delante, venían a llevar cautivos para sus servicios. La bravura de la muchacha despertó enseguida la admiración de todos, defensores y atacantes. En denodada lucha demostró las ansias de libertad de su estirpe. Pero la ferocidad de los guaikuru y el tronar de arcabuses, consiguieron reducir a los defensores. A Anahí, la tomaron prisionera y fue llevada atada, por el temor que inspiraba su irreductible decision de luchar. La pequeña muchacha de la hermosa y dulce voz, resultó ser una admirable guerrera.

Anahí, la más fea de su tribu, fue encerrada con centinela. Triste y sola, no perdió su apostura. Por momentos cantaba con su invencible y melodiosa voz. Era tan cautivante su dulce voz, que el propio centinela quedó a su vez preso de sus canciones. No faltó el momento del descuido. Anahí, le asestó un un sorpresivo y violento golpe con un trozo de palo que pudo tomar. Dándole en la nuca, con todas sus fuerzas, dejó tendido al cuidador y salió prestamente, en frenética huida del lugar.

Ya había ganado el bosque cuando la alcanzaron. Nuevamente fue capturada y condenada a morir en la hoguera. Los españoles alentaron y permitieron el sacrificio para complecer a sus furiosos aliados guaikuru, y para dar un castigo ejemplar a quienes querían escapar al yugo del vasallaje. Además, creían que Anahí podría tener poderes ocultos de hechicera o bruja.

Esa noche, cuando la luna llena alumbraba con todo su vigor, el pequeño cuerpo de la abnegada y decidida muchacha, fue atada a un poste a orillas del río. Enseguida trajeron montones de leñas que fueron apiladas alrededor de la prisionera. Un danza ritual de los guaikuru, acompañó la ceremonia y dio comienzo a la inmolación de Anahí. Un denso humo negro cubrió la escena de la quema en vida de la infortunada víctima. No se escuchó ningún grito desesperado, ni llantos. Solamente una quejumbre que más bien parecía un murmullo de amenazas, un sordo canto fúnebre.

Seguramente tenía conciencia que su sacrificio era el símbolo de la defensa de la heredad y las ansias de libertad de su pueblo. Ofrendó su vida con serenidad y coraje. La India más fea de la tribu, pero que poseía la más dulce voz que habían escuchado sus hermanos, fue quedamada viva, en la hoguera.

Una vez que ardieron los leños, el negro humo fue disipándose. Al llegar los resplandores del alba, cuando las llamas habían consumido el cuerpo sacrificado en un holocausto de venganza sin piedad, quienes martirizaron a la pequeña y valiente guerrera, vieron con asombro que sobre las cenizas que dejaron las lenguas de fuego, algo se agitaba. La luz de la madrugada mostró que, en el lugar del tronco que había servido para atar a la joven de dulce voz, estaba erguido un árbol cuya rugosa corteza formaba unos canales que parecían llamas danzando. En sus verdes ramas, lucían ramilletes de rojas flores. Eran como si la sangre de Anahí estuviera manando en gotas vegetales. El Ceibo, representa el alma indomable y altiva de una estirpe que no quiere morir. Su presencia, muchas veces solitaria en los montes, recuerda a quienes supieron morir por su libertad. Es un árbol rústico, casi hosco, cuya flor, por el indomable espíritu de Anahí, no puede llevarse sobre el pecho. La voz dulce de la indiecita fea, anida en ella.

Afortunadamente, la poesía y la música, se juntaron en una hermosa canción sentimental que con acierto perpetúa la leyenda de Anahí, dándole la merecida trascendencia. Parte de la letra dice: "Defendiendo altiva tu indómita raza fuiste prisionera. Anahí, indiecita fea de la voz tan dulce como el aguai".

Del libro "Mitos y leyendas guaraníes" de Girala Yampey (Edición del autor;2003; Asunción, Paraguay)

 

Otras versiones de la LEYENDA DEL CEIBO:

1)

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.

Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.

El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.

Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.

2)

Cuenta la leyenda que esta flor es el alma de la Reina India Anahí, la más fea de una tribu indomable que habitaba en las orillas del Río Paraná.

Pero Anahí tenía una dulce voz, quizás la más bella oída jamás en aquellos parajes, además era rebelde como los de su raza y amante de la libertad como los pájaros del bosque.

Un día fue tomada prisionera, pero valiente y decidida, dio muerte al centinela que la vigilaba.

En ese mismo momento, quedó sellado su destino para siempre: condenada a morir en la hoguera, la noche siguiente, su cuerpo fue atado a un árbol de la selva, bajo y de anchas hojas.

Lentamente, Anahí fue envuelta por las llamas. Los que asistían al suplicio, comprobaron con asombro que el cuerpo de la reina india tomaba una extraña forma, y poco a poco se convertía en un árbol esbelto, coronado de flores rojas.

Al amanecer, en un claro del bosque, resplandecía el ceibo en flor.

3)

En tiempos muy remotos, Tupã vino a la tierra para ver el resultado de su creación y, precisando de sombra para descansar al medio día, creó un árbol de hermosa estampa, con espeso follaje y madera liviana para que los indios pudieran hacer sus pirogas.
Pero al terminar su descanso, se fue, olvidándose de darle las flores con las que se podria reproducir.

Muchos años pasaron y el ceibo ya estaba declinando, cuando los españoles invadieron la región ocupada por los indios Charrúas. Estos resistieron braviamente durante muchas batallas, en las que fueron cayendo, uno a uno los más bravíos caciques, hasta que un dia, ya agotadas todas las flechas y sin más armas para defenderse, los indios decidieron abrirse el pecho con las propias uñas, sacarse el corazón y arrojárselo al enemigo blanco.

Los corazones aún palpitantes volaron y fueron a prenderse de las ramas del ceibo, que recobró su vitalidad de inmediato y pasó a tener su flor inconfundible de color púrpura como la sangre de los indios.

(Versión 3 extraída del libro "Leyendas y supersticiones" de Serafin J. Garcia, publicado por Ed. Mosca Hnos, Montevideo, 1968. Primera Parte: Leyendas Americanas)

ANAHí (Letra de la canción)
(Leyenda de la flor del ceibo)

Anahí...
las arpas dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

Defendiendo altiva tu indómita tribu fuiste prisionera
Condenada a muerte, ya estaba tu cuerpo envuelto en la hoguera
y en tanto las llamas lo estaban quemando
en roja corola se fue transformando...
La noche piadosa cubrió tu dolor y el alba asombrada
miro tu martirio hecho ceibo en flor.
Anahí, las arpas, dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

 

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